Por Norberto Valencia González
Fue un sombrío once de enero de 1947 cuando la tragedia nubló los cielos de la República Dominicana, marcando la primera vez en la historia aeronáutica que el lamento de la pérdida total de un equipo resonó en el mundo. Dieciocho hábiles jugadores y treinta y dos almas afines del equipo de Santiago se despidieron de la vida en un fatídico suceso que aún perdura en la memoria.
Un avión de la majestuosa Compañía Dominicana de Aviación (CDA) se esfumó en las imponentes alturas de la Cordillera Central, llevando consigo sueños, esperanzas y el fulgor de una pasión compartida por el deporte. La noticia, aunque sucedida alrededor de las seis de la tarde, no se posó en los oídos del público hasta el desgarrador martes trece, cuando la radio y los periódicos de la época confirmaron la tragedia que enlutó los corazones de muchos.
Aquella fatídica tarde presagiaba el vuelo de dos aviones, cada uno con su carga de destino. Uno, destinado a acoger al equipo de pelota de Santiago, con sus jugadores ansiosos por conquistar la gloria en la cancha. El otro, portando a los directivos, periodistas y apasionados seguidores que compartían el fervor por la hazaña deportiva.
Tras el vibrante segundo juego de pelota, ambos aviones alzaron vuelo, separados por escasos quince minutos. Sin embargo, en las alturas, la tripulación empezó a experimentar las arremetidas del clima adverso que se cernía sobre la ruta, tejiendo un oscuro presagio en el firmamento.